Por Flavio Sosa Villavicencio
Publicado en "La Jornada", el 7 de septiembre.
Almoloya es una cárcel guantanamera, los derechos humanos en ese inframundo son asunto secundario, el tiempo transcurre lento, gris... Sabe a tierra de panteón el tiempo en Almoloya... Isla fría, gigantesca mole de concreto que se lleva cotidianamente sobre la cabeza, más los dolores, más los delitos prefabricados, más los jueces de consigna, más la persecución a la familia, más el olvido...
Los gritos, sí los pinches gritos. En dos ocasiones, mi madre viajó a ese lugar e intentó visitarme, pero ni siquiera con la intervención de la CNDH se le autorizó la visita y no pudo mirar ni conversar con ninguno de sus hijos, anticonstitucionalmente presos.
"De la que no sabemos nada es de la madre del gobierno..." dice un personaje rulfiano; cómo no evocar a Rulfo cuando el imperio del silencio es ruido y música, cuando el frío nos carcome y traga en las celdas y corredores, cuando el paisaje está poblado de muertos. Almoloya: La calavera.
Héctor Galindo e Ignacio del Valle, presos políticos, son objeto de la saña vengadora de una plutocracia que con sonrisas y millones derrochados en propaganda televisiva buscan la silla para continuar en la gerencia de los bisnes. En Oaxaca en el año 2006, decimos, el magnetismo de la palabra justicia nos convocó; todos gritamos que se vaya, que se largue... Fuera. El grito de todas y todos se escuchó alrededor del mundo.
Sin embargo la clase política y los poderes no escucharon. Violaron los derechos humanos, asesinaron, desaparecieron a personas, usaron "todo el poder del estado", pisotearon la Constitución y las leyes, URO (Ulises Ruiz) acuñó una frase que quedará para la posteridad: "En Oaxaca no pasa nada".
A dos años de 2006 seguimos exigiendo justicia. Más de 20 los muertos, más de 300 los presos políticos; ante los torturados, los desaparecidos y las exiliadas, la respuesta es el silencio, escandaloso, ofensivo silencio. "En Oaxaca no pasa nada". Terrorismo de Estado, corrupción galopante, criminal impunidad. "En Oaxaca no pasa nada..."
Héctor Galindo, Ignacio del Valle, los presos políticos del Molino de las Flores, son víctimas de la injusticia, víctimas de una casta poderosa y rapaz. No son delincuentes, son luchadores sociales; se les exhibe como ejemplo de lo que puede suceder a cualquiera que se atreva a desafiar al Estado, sus megaproyectos, sus meganegocios, su modernización.
En Atenco y Oaxaca, ¿cuál justicia? Impunidad, criminal impunidad.
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