Siglo XXI: tiempo de revoluciones desde abajo
Isabel Rauber1
Rebelión
LA PROBLEMÁTICA.
Las revoluciones socialistas ocurridas en el Siglo XX pueden definirse –siguiendo reflexiones de Engels acerca de los derroteros diversos de las revoluciones sociales-, como revoluciones desde arriba, es decir, revoluciones que apostaron a cambiar la sociedad desde las transformaciones económicas (tipo de propiedad), gestadas desde el aparato estatal-partidario, engranaje de centralización y control político, económico, social y cultural. De ahí que la “toma del poder” –reducido a la apropiación del aparato estatal- fue definida como el centro del quehacer revolucionario de aquella estrategia (Lenin), desplazando la propuesta de revolución social (Marx).
En conclusión puede decirse que las revoluciones socialistas del siglo XX, en tanto revoluciones desde arriba, apelaron al Estado como herramienta fundamental del cambio, e hicieron del partido (de vanguardia) su personificación política. Se centraron en la conquista del poder político para –desde ahí-, poner fin a la propiedad privada de los medios de producción y de la producción toda. Apostaron a la política (institucionalizada) para modificar la economía y, a través de esta, toda la sociedad. La misión del partido de vanguardia era -en esa estrategia-, garantizar esto.
Sus objetivos fundamentales se centraron, por tanto, en lograr el desarrollo económico, entendido y aceptado como sustrato de la base “material” indispensable para pasar al socialismo. Esa meta, que -a partir de la experiencia leninista de la revolución en un solo país-, configuraría el período de transición al socialismo, se alcanzaría apelando –generalmente en primera fase-, al capitalismo de Estado. Por esa vía los procesos de transición avanzaron hacia la conformación un tipo peculiar de socialismo, el socialismo de Estado o estatista.
Los objetivos de la liberación humana, que solo puede ser obra consciente y voluntaria de los seres humanos mismos, resultó relegada, sujeta y pospuesta frente a lo económico. La revolución social, que –de haber sido tal- debió haber desencadenado, profundizado y apelado a un proceso radical de transformación cultural de la sociedad, se transformó en lo contrario: construyó diques de contención/exclusión del desarrollo del papel activo de la conciencia, y apostó a que las conciencias se transformaran – mecánicamente- en “socialistas” como reflejo (pasivo) de los cambios ocurridos en la economía. La historia le “pasó la cuenta” sin tapujos, a este modo de pensar/hacer la transformación social.
A lo largo del siglo XX, las diversas experiencias socialistas que existieron -pese a las diferencias que existen entre ellas-, continuaron la senda iniciada por Lenin en octubre del 17 y apostaron -en lo fundamental- a desarrollar un socialismo de estado: la apropiación-transformación del aparato estatal y sus instituciones, por parte de partidos u otro tipo de organización política considerado “la vanguardia”, para –desde allí-, desarrollar la economía y –con ello, supuestamente-, las conciencias de hombres y mujeres de la sociedad toda.
La estatización creciente de los diversos ámbitos de la vida social lo invadió todo, incluso el desarrollo de la vida doméstica cotidiana, tergiversando –cuando no contradiciendo-, el postulado originario de liberación.
La apuesta a la construcción de una nueva cultura como elemento clave para la superación del capitalismo quedó, de hecho, fuera de los procesos socialistas.
La práctica centralista del estatismo aumentó el funcionamiento burocrático, incrementando los métodos autoritarios, centralistas, verticalistas y subordinantes heredados de las sociedades clasistas anteriores.
Poco a poco, las decisiones sobre las transformaciones, los pasos a seguir, los esfuerzos a entregar, le fueron arrebatados al pueblo de sus manos y de su conciencia.
Se produjo un creciente extrañamiento, un alejamiento de lo que debió haber sido apropiación y, con ello, le fue arrebatado al pueblo el proceso revolucionario mismo. La alienación política heredada, lejos de disminuir tendió a incrementarse, llegando en algunas realidades del campo socialista a provocar un quiebre total entre el régimen político, la vida de los dirigentes, y el conjunto del pueblo, sus aspiraciones, anhelos y necesidades (por ejemplo, en el caso rumano).
La existencia y desarrollo de procesos de extrañamiento crecientes de los actores fundamentales respecto a lo que debió haber sido su proceso revolucionario, así como el consiguiente paternalismo y clientelismo social que trajo aparejado el afianzamiento del socialismo de Estado en manos de la dirigencia partidaria, fue uno de los daños culturales y políticos más graves y profundos de aquel socialismo real. Los resultados de tal concepción emergieron a la vista del mundo al compás de la caída de las piedras del muro de Berlín: Ni hombres ni mujeres nuevos, ni sistema socialista de producción material-espiritual de la vida social.
Reflexionar críticamente acerca de las experiencias socialistas del siglo XX resulta en consecuencia, además de un compromiso con la historia de los pueblos, un empeño vital a la hora de replantearse hoy la superación del capitalismo, sus vías y métodos, y las formas de organización y participación de los protagonistas fundamentales. En este sentido, resulta claro que lo relativo a la democracia, la participación y el control populares, tienen tanta importancia como lo inherente a la construcción de un nuevo poder y una nueva cultura. De conjunto, resultan cuestiones de fondo que hacen a la posibilidad de construir la nueva sociedad, que en el siglo XXI requiere –junto al rescate crítico de las enseñanzas de las experiencias socialistas del siglo XX-, de nuevos enfoques y propuestas.
UNA NUEVA PROYECCIÓN ESTRATÉGICA: LA REVOLUCIÓN DESDE ABAJO.
En los últimos 30 ó 40 años, los movimientos sociales de América Latina protagonizaron grandes revueltas populares. Estas estimularon los debates acerca de la posibilidad de cambiar la realidad, acerca de la orientación y el alcance estratégicos de tales cambios, y acerca de quiénes serían los sujetos que los llevarían adelante. Se plantearon reflexiones netamente políticas centradas en la problemática del poder: en qué consiste, cuáles son los mecanismos de su producción y reproducción, cómo se transforma, por qué medios, quiénes y para qué, o sea, con qué objetivos y orientación estratégica. Aguijoneadas por los fragores de las resistencias y luchas sociales, se fueron creando y desarrollando elementos claves de lo que hoy configura una nueva concepción estratégica acerca del cambio social, acerca de la construcción del poder propio, y acerca del sujeto(s) capaz de construir, sostener y profundizar los procesos sociales de cambio hacia la construcción de una nueva sociedad, superadora del capitalismo.
Esa concepción estratégica, que no apuesta (ni espera) a tomar el poder institucional para desencadenar/articular el proceso socio-transformador, que no confía el cambio de las relaciones sociales entre hombres y mujeres a decretos emanados de la superestructura estatal-gubernamental-partidaria, que construye poder popular a partir de apostar a la formación de sujetos conscientes, protagonistas del proceso revolucionario de cambios, es la que permite definir hoy a las revoluciones sociales como revoluciones desde abajo.
Nuevos componentes paradigmáticos:
•La transformación de la sociedad comienza en el seno mismo del capitalismo, sin esperar (apostar/condicionar) a la toma del poder. Esto significa que el poder (popular) se construye desde abajo y desde el interior del sistema regido por el capital, disputándole su hegemonía, construyendo poder y hegemonía propios.
•El poder no es un objeto, ni radica en un lugar determinado. Es una relación social macro-articuladora y reguladora de la interarticulación del conjunto de relaciones sociales, estructurada desde y a partir de intereses de clases, que resultan -en tal interrelación- predominantes. En base a esto se conforman las fuerzas sociales que actúan en pro del afianzamiento de los mecanismos de producción, reproducción del metabolismo social existente y las que actúan para frenarlos, modificarlos o reemplazarlos radicalmente.
Entre ellas, naturalmente, se configura un más o manos amplio abanico de fuerzas y sectores sociales que se posicionan de forma alternativa a favor de uno u otro polo en conflicto.
•La conquista del poder no puede ser, por tanto, un acto (toma del poder); es un proceso articulado/mediado por la construcción de poder popular (poder propio), en tanto no es el poder del capital el que se busca ejercer sino el poder del pueblo. Y para eso debe ir construyéndose. En dicho proceso, el pueblo irá tomando conciencia de su capacidad de poder y de los modos y vías para ejercerlo, organizándose para ello –empoderándose- sobre nuevas bases, desarrollando prácticas colectivas que abran camino hacia lo nuevo a la vez que lo van creando y construyendo día a día en todos los ámbitos de sus actividades.
•El sujeto del cambio, el sujeto revolucionario, no existe como tal a priori, es decir, previo a la experiencia. Es en las resistencias y luchas sociales, en la construcción de alternativas sectoriales e intersectoriales, coyunturales y estratégicas, que los diversos actores van desarrollando su conciencia política y avanzando hacia formas complejas de organización y articulación, es decir, hacia la constitución (auto-constitución)4 del actor colectivo, fuerza social y política creadora, impulsora y realizadora de los cambios.
•Se trata de un sujeto plural, de un colectivo de actores sociales y políticos diversos, que se van articulando en uno y constituyéndose en actor colectivo sobre la base de compartir la orientación estratégica, virtual imán que atrae y tracciona -con modos y por caminos disímiles- a las resistencias, luchas y propuestas alternativas de cambio.
•El proyecto de nueva sociedad se define en el proceso mismo, con la participación activa y protagónica de los actores y sectores sociales que participan del proceso de lucha y transformación social. No emana del trabajo de un grupo de profesionales reunidos en un congreso partidario. El nuevo mundo, la nueva sociedad donde la humanidad va a vivir, no puede delegar se en élites ni minorías bien intencionadas, es responsabilidad de todos o, en el peor de los casos, de las mayorías.
La construcción de poder popular desde abajo.
En Latinoamérica existen hoy nuevos (y diversos) modos de pensar/transformar la sociedad, surgidos y enriquecidos con las resistencia y luchas de los pueblos. En ellos, la revolución social no se concibe –según la vieja usanza-, como un tiempo, “una etapa” o un proceso que se inicia luego de la “toma del poder”, ni como un resultado de ello; no es “algo que ocurre” en la sociedad a consecuencia de la apropiación de la superestructura política y cambios estructurales por parte de una vanguardia política, cuya tarea central sería construir las “bases materiales” para el socialismo.
A diferencia de la metodología vanguardista que tipificó las prácticas y los derroteros revolucionarios del siglo XX, la propuesta de revolución social desde abajo supone que esta no empieza después de “la toma del poder” sino que nace y se desarrolla en las entrañas mismas del capitalismo, con las primeras resistencias; está presente en todo el proceso, es el proceso mismo. Este posicionamiento y comprensión de la revolución social como un proceso de transformación integral (social, cultural, económico y ético) permanente, se expresa y condensa metodológica y políticamente en el concepto construcción de poder desde abajo.
En esta perspectiva, la transformación de la sociedad se evidencia como un proceso permanente de resistencia, de rechazo al poder hegemónico dominante y –a la vez-, de construcción de lo nuevo, del poder popular. Este nace y se desarrolla desde abajo, se produce, reproduce y expresa en el modo de vida cotidiana individual, comunitaria y social, y que es protagonizado, en primer lugar, por los hombres y las mujeres del pueblo que viven –en el campo o en la ciudad- de vender su fuerza de trabajo para sobrevivir. Son ellos –transformación cultural y construcción del actor colectivo mediante-, los responsables de imprimir el contenido y la orientación al proceso revolucionario de transformación social en cada sociedad, en la medida que sean capaces de crearlo, construirlo, sostenerlo y desarrollarlo.
La revolución social desde abajo apuesta a construir poder popular desde abajo, es decir, a la transformación cultural, política, ideológica y económica del modo de vida implantado por el capital y a la construcción de un nuevo modo de vida, de una nueva civilización humana superadora del capitalismo. Esta tarea reclama no solo de la construcción /autoconstrucción del actor colectivo capaz de hacerla realidad en los ámbitos locales, sino también en el ámbito global, es decir, reclama también de la conformación de un sujeto global. Ello anuncia que se trata de un proceso global de transformaciones profundamente imbricado con una lucha cultural, ideológica y política acerca del ser humano y su existencia, su libertad y sus obligaciones para consigo mismo y sus hermanos, y con la naturaleza.
Precisiones del concepto “desde abajo”.
El concepto desde abajo alude, en primer lugar, a un posicionamiento políticosocial desde el cual se produce la transformación de la sociedad y la construcción de lo nuevo, en el que ocupa un lugar central, protagónico, la participación de “los de abajo”.
Así lo emplearon, por ejemplo, Marx, Engels y Lenin.
Actualmente, este concepto ha ampliando su significación. Por un lado, algunos sectores sociales y pensadores lo han reinterpretado y enarbolado como contraposición al poder “desde arriba”, como rechazo a todo tipo de dirección centralizada y, por extensión, a toda forma de organización social y política. En la práctica, esto se ha traducido en distintas posiciones basistas, espontaneístas y en la divulgación de un tergiversado anarquismo. Digo “tergiversado” puesto que el anarquismo nunca renunció ni rechazó la organización, muy por el contrario. La disputa fundamental estuvo marcada por los debates en torno al Estado y sus formas de desaparición: ¿se extingue o debe abolirse? Junto a ellos se desarrollaron otros aspectos que es importante rescatar: la defensa de las posiciones libertarias, participativas, el apelo a la horizontalidad y la valorización de lo autogestionario como motor de la libertad individual y colectiva.
Por otro lado, rescatando las significación originaria y el ideario anarquista libertario, el concepto “desde abajo” plantea una nueva lógica de pensamiento, acción y concepción de las relaciones sociales y políticas: tiene su punto de partida siempre en el problema o situación concreta al que se le busca respuesta, propuesta o solución, y en los sujetos involucrados en ello. Esta lógica se contrapone a aquella que sustenta lo que se piensa y ejecuta “desde arriba”, es decir, que piensa y proyecta las acciones a partir de las superestructuras, los aparatos gubernamentales y partidarios, alimentando una metodología propia de las minorías autoritarias, las élites iluminadas y las vanguardias.
Es por eso que, construir poder desde abajo implica, ante todo, una lógica diferente a la tradicional hegemónica acerca de cómo contrarrestar el poder del capital, cómo construir el poder propio, desde dónde, y quiénes lo harán. Esta lógica apela y apuesta siempre al protagonismo consciente de los pueblos y, simultáneamente –recuperando la significación que Marx otorgaba a lo radical-, hace de la raíz de los problemas o fenómenos, el punto de partida y llegada del proceso transformador. Apostar a la construcción de poder desde abajo para transformar la sociedad implica vivir un proceso revolucionario radical, desde abajo. Precisamente por ello, asumir esta propuesta político-metodológica resulta central en los procesos sociotransformadores que hoy tienen lugar en Latinoamérica, independientemente del lugar o la posición desde la cual se impulsen las transformaciones: si desde la superestructura política, o desde una comunidad, si desde un puesto de gobierno, o desde la cuadra de un barrio. El papel que se desempeñe en el proceso de transformación puede estar vinculado o no a lo institucional, puede estar ubicado “arriba”, “abajo”, o “en el medio” de los escalafones jerárquicos establecidos en las estructuras estatales o gubernamentales, construir desde abajo implica -en todo momento, ámbito y relación-, un posicionamiento político-metodológico clave: partir del problema concreto y de los actores en él involucrados, para pensar las soluciones alternativas con ellos y desde su realidad, definirlas, diseñarlas y realizarlas. Supone siempre, por ello, una organización, capacidad y una voluntad colectivas.
Construir poder desde abajo reclama, por tanto, un cambio cultural y político práctico, indispensable para el análisis y la práctica política actuales de los movimientos sociales y políticos de este continente, en tiempo de revoluciones desde abajo. Entiende que:
La superación de la enajenación humana: la liberación individual y colectiva es el sentido primero y último de la transformación social.
El poder es una relación social (hegemónica, dominante) resultante de la interrelación del conjunto de relaciones sociales, culturales, económicas, políticas, erigidas sobre los intereses sectoriales y de clase, y reguladas por las interrelaciones entre estas, constituyendo y expresando sobre esa base una determinada relación de fuerzas, con predominio de una, que se constituye en fuerza hegemónica (económica, cultural, política e ideológica), y cuya situación y fortaleza o debilidad es puesta permanentemente en jaque en las interrelaciones de clases, y marca la dinámica del movimiento social y político en cada momento histórico concreto.
Tener poder propio implica ser capaz de contrarrestar el poder hegemónico al punto de excluirlo como tal del campo de la determinación de las relaciones sociales y, a la vez, construir su propia hegemonía en las relaciones sociales y mediante la construcción de otro tipo de interrelaciones sociales, culturales, económicas y políticas. Supone articular la resistencia, lucha y construcción popular, en todos los ámbitos: desde el supuestamente mas ínfimo y cotidiano hasta las instituciones superestructurales, sobre la base de una lógica propia, radicalmente diferente de la del poder que se pretender superar, o se quedará prisionero de su hegemonía y poder por más que se logre desplazarlos del aparato institucional (socialismo del siglo XX).
La transformación de la sociedad se desarrolla en un proceso complejo (proceso de procesos) que anuda simultáneamente participación, construcción, apropiación y empoderamiento colectivos, a partir de promover el protagonismo de todos y cada uno de los actores y actoras sociales y, consiguientemente, su conciencia y organización.
Rechaza la lógica, organización, pensamiento y prácticas jerárquicas y verticalistas, discriminatorias y excluyentes. Y se propone desarrollar la horizontalidad como base para una nueva cultura solidaria y equitativa (en la práctica, el pensamiento, la organización, el poder).
La participación democrática es una característica sine qua non del proceso de transformación (y de la nueva sociedad). Su núcleo articula la participación desde abajo del pueblo consciente y organizado, con el pluralismo (aceptación y convivencia con las diferencias y los diferentes), y la interrelación horizontal.
El sujeto (social, político, histórico) del cambio es plural; se expresa como actor colectivo, y se autoconstituye como tal en el proceso mismo de resistencia, lucha y transformación sociales. No hay sujetos a priori de las prácticas de lucha en los momentos histórico-concretos.
Supone un reposicionamiento y redimensionamiento y significación de la política, lo político y el poder por parte del conjunto de actores sociales, políticos, y el pueblo todo.
Profundiza la dimensión sociocultural de la democracia, integrando a esta la necesaria búsqueda de equidad de géneros, sexos, razas, etnias, capacidades, y – sobre esta base- radicaliza la crítica al poder hegemónico dominante, contribuyendo a su deconstrucción social, histórica y cultural, y a la construcción de nuevos rumbos democráticos participativos.
La construcción de lo nuevo se basa en una lógica diferente de articulación de las luchas sociales y de sus actores, de los caminos de maduración de la conciencia política, de la definición y organización del instrumento político, y del proceso de construcción-acumulación de poder propio.
Se propone superar la sociedad capitalista, transformándola desde su interior en la misma medida en que los actores/sujetos van construyendo en sus prácticas cotidianamente los “avances” de lo que algún día será –en integralidad- la nueva sociedad anhelada. En ese proceso, van (auto)constituyéndose también los sujetos que la diseñan y luchan por hacerla realidad, como tales sujetos.
El proyecto alternativo sintetiza y define el rumbo estratégico. Es por ello, a la vez, el eslabón que articula, cohesiona e imprime un sentido revolucionario cuestionador-transformador a las resistencias sociales, a las luchas sectoriales y a las propuestas reivindicativas, cohesionándolas y proyectándolas hacia la construcción de lo que un día será una nueva civilización humana.
Fundar y construir una nueva civilización humana significa fundar y construir un nuevo modo de vida. Ello implica el desarrollo yuxtapuesto, simultáneo y articulado de procesos de transformación de la sociedad, de sus modos de producción y reproducción, de transformación-autotransformación de los hombres y las mujeres que realizan esas transformaciones, y de las interrelaciones sociales (públicas y privadas) entre ellos establecidas.
Los procesos y caminos de construcción del proyecto, del poder propio, y de la (auto)constitución de actores sociales en actor colectivo (sujeto) de latransformación, resultan estructuralmente interdependientes e interconstituyentes. El eje vital radica en los actores-sujetos, en su capacidad para desarrollarse y (auto)conformarse en actor colectivo del cambio (sujeto popular) y, por tanto, en su capacidad para diseñar y definir el proyecto, construir su poder, y –a la vez- dotarse de las formas orgánicas que el proceso de transformación vaya reclamando.
¿Construir poder vs toma del poder?
En el proceso de confrontación con el poder hegemónico dominante del capital, los sectores populares despliegan, simultáneamente, sus capacidades de construcción y acumulación de poder (saber, organización, conciencia y proyecto), de posicionamiento territorial de fuerzas, de cultura, de organización política y de propuestas propias. En tales procesos desarrollan sus capacidades de gestión y administración de lo propio (gobierno), van construyendo poder propio y lo van ejerciendo. Es decir, hay una toma permanente de poder, un empoderamiento creciente –aun con marchas y contramarchas-, por parte de los actores sociopolíticos, respecto del curso y los destinos de sus vidas. Estos van construyendo consciente y voluntariamente lo que –reflexión crítica de su realidad mediante-, han decidido construir. Se produce una interdialéctica constante entre poder construido-poder apropiado y poder propio. Por ello afirmo que se toma lo que se construye. Porque no se “toma el poder” que existe, salvo para seguir sus reglas. Si de transformación radical del poder se trata, toda apropiación del poder está mediada por la destrucción/superación del viejo poder y la construcción de uno nuevo, propio. De conjunto este proceso constituye un proceso de empoderamiento colectivo (y a la vez particularizado) de los actores.
En esta dimensión, construir poder--tomar poder no resultan caminos alternativos, separados, ni contrapuestos. Implican andares sinuosos y complejos, en los cuales el poder propio se va construyendo y, en tal sentido, es lícito conquistar espacios institucionales del poder existente, si esto posibilita, estimula, facilita o impulsa el desarrollo, la consolidación/acumulación/crecimiento de hegemonía propia, cambiando -en función de ella y a partir de ella-, todo lo que sea posible/factible de ser cambiado a favor del proceso sociotransformador: legislación, instituciones, funcionamiento y toma de decisiones. Se trata de desarrollar nuevas formas y contenidos democráticos, participativos, para avanzar hacia lo nuevo en la misma medida en que se lo va construyendo. El poder político institucional resulta aquí claramente uno de los instrumentos para la transformación social, pero no su eje determinante.
Centrar la discusión en la interrogante acerca de si el poder se toma o se construye, empobrece el pensamiento y poda las alas de las voluntades de quienes resisten, luchan y construyen lo nuevo cotidianamente, inspirados/movilizados por la posibilidad de ir concretando en el presente, en la medida que sea posible, como avances, los sueños del mañana diferente. La interdialéctica poder propio construido--poder apropiado, solo puede ser liberadora si es resultante y síntesis del empoderamiento pleno (multifacético) y protagónico de los actores sociales y políticos que lo construyen.
El poder no es, en ningún caso, un ente enclavado en la sociedad; no es una institución, ni un edificio, ni un territorio específico que se ocupa. Se vive (ejerce, siente) conscientemente como poder que hay que enfrentar/transformar, o como poder propio que hay que profundizar, construir, desarrollar, organizar, etcétera, o no existe proceso de construcción de poder ni hegemonía propios, ni se trata de un proceso liberador. Implica la conformación de un complejo proceso colectivo social, cultural, ideológico y político, articulado y orientado a la superación del sistema del capital, sobre la base de una (nueva) ética y una (nueva) lógica del metabolismo social, propias de los pueblos, que también se irán construyendo desde abajo. Y esto requiere de la voluntad organizada y la participación consciente de todos los actores sociales. En primer lugar, porque su actividad cuestionadota/transformadora hace al proceso mismo y, en segundo, porque la nueva sociedad anhelada no se formará espontáneamente, habrá de ser diseñada y construida con la participación creativa consciente de todo el pueblo, constituido en actor colectivo, protagonista pleno del proceso (sujeto).
Construir el futuro desde nuestras prácticas cotidianas en el presente De ahí el contenido y alcance revolucionarios de la concepción que plantea transformar la sociedad y construir el (nuevo) poder, la nueva sociedad, desde abajo y desde el seno de las sociedades capitalistas, es decir, desde el presente. No hay un después en cuanto a tareas, enfoques y actitudes políticos, del mismo modo que no puede haber contraposición entre medios y fines, que no puede construirse democracia con prácticas autoritarias. No se puede olvidar que son las prácticas diferentes las que desatan, promueven y afianzan las transformaciones de los modos de hacer, de vivir y de pensar. Hacer de estas, dimensiones cada vez más crecientes de gestación y desarrollo de lo nuevo es parte de la lógica de las revoluciones desde abajo.
Lo nuevo –aunque de modo fragmentado e incipiente-, se va gestando y construyendo desde el presente, en cada resistencia y lucha social enfrentada al capital, y se va desarrollando y profundizando en el proceso de transformación. En él, el ejemplo ocupa el lugar pedagógico-político central. Es importante que quienes ocupan responsabilidades de dirección y liderazgo político y social tengan presente que sus modos de actuar política y socialmente valen más que mil palabras y constituyen la fuerza pedagógica primera.
Poner fin a la lógica del capital.
El cambio social requiere poner fin al poder del capital, a su lógica de funcionamiento, y a sus mecanismos de hegemonía y dominación. Y esto tiene posibilidades de lograrse si se va construyendo una nueva cultura, nuevos modos de interrelaciones sociales, colectivas, grupales, comunitarias, alimentando -sobre esa baseel poder propio, creado y desarrollado con la participación de todos y todas, de modo que despliegue su independencia de pensamiento y acción encaminadas a la liberación individual y colectiva.
Si se llega al poder con la misma cultura del capital, a la corta o a la larga se reproducen sus modos de funcionamiento, su lógica verticalista, autoritaria, explotadora, discriminadora, excluyente y alienante. Es vital, por tanto, asumir el proceso de construcción de poder propio inter-articuladamente con la creación y construcción de una nueva cultura.
El poder popular no puede pensarse entonces como un “contrapoder”. Es mucho más que eso; es un camino integral de gestación de nuevos valores y relaciones y, en tal sentido, liberador. De ahí el lugar central y permanente que la batalla político-cultural ocupa en este proceso. Se trata de un proceso integral de transformación también integral: en lo social, económico, político, cultural, ético, jurídico, etc., todo se va transformando articuladamente marcado por la consciente actitud y actividad del actor colectivo protagonista del cambio. No se trata de diseñar (y transitar) primero una etapa dedicada a construir las bases económicas, luego otra destinada al cambio cultural… No hay etapas separadas entre sí que luego de transcurridas -en sucesión temporal-, den como resultado la nueva sociedad. En lo social el todo no es la suma de las partes, salvo dialécticamente hablando, es decir, interconectadamente, lo que habla de intercondicionamiento, interdependencia e interdefinición entre todas y cada una de ellas.
Solo por un camino integral será posible avanzar (de un modo integral), hacia una sociedad liberadora, desalienadora –que solo puede ser tal si es autodesalienadora-, y en ese sentido formadora de nuevos hombres y nuevas mujeres, diseñadores y constructores de la utopía anhelada.
¿“Vía electoral” para la toma del poder?
La experiencia de los gobiernos revolucionarios latinoamericanos El gobierno puede resultar un instrumento político clave para el proceso transformador, acceder a él constituye -en tal perspectiva-, un gigantesco paso de avance para desarrollar procesos de empoderamiento sociales colectivos. La apertura y / o ampliación de procesos democráticos participativos puede activar/profundizar los procesos de conformación del actor colectivo del cambio, promoviendo –desde abajo- la transformación del propio gobierno y sus formas de ejercicio institucional y de control social, recortando –a través de ellas-, el poder o -mejor dicho-, los poderes instituidos del capital. De ahí que en los actuales procesos latinomericanos de construcción democrática de lo nuevo, resulte central la realización de asambleas constituyentes, sustrato jurídico, político y social de la nueva institucionalidad engendrada por los procesos de luchas sociales, abanderados por la resistencia, el empuje y los reclamos históricos de los pueblos de este continente (con sus organizaciones sociales y políticas).
Obviamente, no se puede espera que las asambleas constituyentes sean, en sí mismas motor del cambio. Los pueblos han de estar preparados para plasmar en ellas sus puntos de vista y para definirlas acorde con sus intereses. Pero en esto, como en todo, no puede perderse la noción de proceso: no puede pretenderse que se alcancen todos los objetivos en la primera asamblea; habrá que hacer tantas asambleas constituyentes como lo vaya reclamando y posibilitando la profundización, radicalización de los procesos, marcada, en primer la lugar por la maduración política del actor colectivo, fuerza social del cambio. En esto, como en todo, no se trata de un acto que pone punto final a la supervivencia del basamento jurídico-institucional del capital; es el proceso de construcción cotidiana sistemática y permanente.
Esto implica una modificación de la concepción acerca del lugar y el papel del Estado en los procesos sociales de cambio, en su interrelación con la llamada “sociedad civil”: movimientos y organizaciones sociales, partidos políticos, organizaciones comunitarias, religiosas, etc. y viceversa, en su interrelación con los gobiernos nacional y estaduales, provinciales, departamentales, etc., en lo jurídico-institucional y en lo democrático-participativo.
Los actuales procesos político-sociales latinoamericanos, particularmente los de Venezuela y Bolivia, enseñan que siendo gobierno –si hay voluntad política colectiva como sustrato- es posible impulsar la participación protagónica del pueblo en el proceso y con ello avanzar –desde abajo- en la construcción del actor colectivo, su conciencia y organización, bases del proceso de construcción del poder popular revolucionario. Es precisamente por ello que estas experiencias se empeñan en una gran transformación cultural y política (práctica-educativa), entendiéndolas como plataforma indispensable para los cambios. Esto caracteriza particularmente el proceso actual de Bolivia, definiéndolo como una revolución democrático-cultural desde abajo. Los logros están a la vista, también los desafíos.
Lo expuesto reafirma una hipótesis: en las condiciones actuales de Latinoamérica, la disputa político-electoral por el gobierno nacional resulta una instancia clave para los procesos de cambios. Negarse a participar en tales contiendas, implicaría -de hecho-, la negación de toda política, a la vez que tornaría un sinsentido la lucha de clases, los procesos de acumulación de fuerzas y la construcción sociopolítica toda, ya que –de antemano- se les impone a esta un límite que –por definición- no se desearía traspasar.
“No resulta suficiente protestar contra las injusticias. No resulta suficiente proclamar que otro mundo es posible. Se trata de transformar las situaciones y tomar decisiones efectivas. Y en ello radica la pregunta acerca del poder.” [Houtart]
Hacer política es imprescindible y fundamental. El problema radica en cómo hacer política de un modo y con un contenido diferente al tradicional, en no ser funcional al poder del capital y, articulado a ello, en cómo superar la desconfianza instalada en las mayorías populares hacia los partidos políticos, los políticos y la política.
En esta perspectiva, lo que podría entenderse como vía electoral para realizar las transformaciones sociales, resulta hoy para los pueblos un camino medular para el proceso de construcción, acumulación y crecimiento de poder, conciencia, propuestas y organización política propias, en proceso de (auto)constitución de los actores sociales y políticos en sujeto popular del cambio. Pero esta apuesta no puede interpretarse ni concebirse como el “camino electoral para la toma del poder”; implica otro modo de entender y realizar la transformación social. No se trata de llegar al gobierno para “dar el manotazo”, no se trata de reemplazar la insurrección por las urnas, y pretender que una vez ganadas las alecciones, llegando al gobierno se puede actuar obviando la correlación de fuerzas (conciencia, organización, cultural y poder) existente, y la necesidad de cambiarla favorablemente a los pueblos, para lo cual se ha emprendido el tránsito hacia lo nuevo por esta vía, tránsito que reclama -como momento central y eje del mismo- la existencia de un fuerte actor colectivo, fuerza social y política de liberación en los ámbitos parlamentario y extraparlamentario.
En tal sentido, estar en el gobierno puede significar para las fuerzas sociales transformadoras contar con un instrumento político de primer orden que, en conjunción con el protagonismo de las fuerzas sociales extraparlamentarias populares activas, puede abrir puertas y promover transformaciones mayores. Ni la participación electoral, ni el ser gobierno provincial o nacional constituyen -en esta perspectiva-, la finalidad última de la acción política.
En cualquier caso, vale aclarar un punto: no se trata de participar de las elecciones para acceder a espacios/fracciones del poder existente, y limitarse a ejercerlo ocupando sus espacios parlamentarios o gubernamentales -nacionales o locales-. No se trata de “hacer buena letra” para quedar bien con los detentores tradicionales del poder establecido, y –de modo consciente o no-, contribuir a relegitimar, reoxigenar y reproducir el sistema del capital y sus lógicas. Es injustificable que la participación de la izquierda en gobiernos locales o nacionales se alcance proponiendo construir lo nuevo, pero termine aceptando o incluso promoviendo políticas neoliberales o sostenedoras/salvadoras del capitalismo. En tal caso, por muy buenas intenciones que se tengan, las elecciones –y la maquinaria institucional funcional al capital-, terminarán tragándose la perspectiva de transformación social de los que participan en el gobierno.
Esto conduce a desacreditar el sentido político estratégico transformador que tiene para la izquierda y los actores/sectores que la acompañan, la participación en la disputa democrática para acceder a parlamentos y gobiernos, y termina generalmente abortando el proceso político/social hacia posicionamientos personales.
Los casos más evidentes en este sentido resultan ser los de parlamentarios que llegan a ser tales en nombre de movimientos sociales u organizaciones políticas de izquierda y luego -cortando todo vínculo- se dedican a hacer de la bancada un ámbito para sus ambiciones personales, o un lucrativo “puesto de trabajo”. Ese es, precisamente, el juego del poder.
Esto alerta, por un lado, sobre el indeclinable papel protagónico de los actores sociopolíticos colectivos en todas las dimensiones, tiempos y tareas del proceso político transformador y, articuladamente, sobre el sentido de los métodos y de los instrumentos a emplear, crear, etcétera. Por otro, indica que las transformaciones sociales de la época actual implican profundos (radicales) procesos de cambios, pues la transición a otra sociedad supone, necesariamente, la articulación de los procesos locales, nacionales y/o regionales con el tránsito global hacia un mundo diferente, y la formación del sujeto revolucionario global.
Se puede avanzar –de hecho ocurre- en el ámbito de un país, pero es vital ir generando consensos regionales e internacionales, interarticularse con otros procesos sociotransformadores. En Latinoamérica se abren hoy grandes oportunidades para ello, dada la coincidencia histórica de gobiernos como los de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Cuba, Brasil, Nicaragua, Uruguay, entre otros. Esta situación emerge como resultado de la acumulación de resistencias y luchas de los pueblos, y marca el predominio de la tendencia transformadora que se abre paso en medio (a través) de la casualidad.
El desafío es, en este sentido, superada la “sorpresa” inicial, poner en marcha propuestas concretas que permitan, por un lado, fortalecer y articular a las organizaciones sociales y políticas de los pueblos y, por otro, profundizar los procesos de cuestionamiento de las medidas regresivas del neoliberalismo, frenar su implementación y, allí donde sea posible, anular su vigencia y avanzar creando y construyendo lo nuevo.
Sobre esa base, y simultáneamente, los primeros pasos están marcados por desarrollar programas de gobierno que -teniendo en cuenta la correlación de fuerzas existente y las posibilidades de modificarla favorablemente-, impulsen al máximo posible los procesos socio-transformadores consolidando la gestión gubernamental naciente, o preparándose para participar en los procesos electorales, y ganar. De ahí en más: lo dicho, los actores y la vida…
Lo expresado marca una diferencia fundamental respecto de la propuesta socialdemócrata, que se plantea apenas “mejorar” el capitalismo. Sus reformas no están concebidas como parte de un camino para superar el capitalismo, sino para sostenerlo aliviando sus conflictos. Consiguientemente, la socialdemocracia amolda y acomoda – en cada momento- sus gobiernos y sus políticas a las necesidades y dictados del capital.
Construir una amplia fuerza social de liberación.
La vía democrática de transformación social constituye un gran y novedoso desafío para las organizaciones sociales y políticas populares. Ella implica que en cada momento del proceso haya que optar y ratificar (o rectificar) a favor de quiénes y de qué políticas se está, y desde dónde, quiénes gobiernan y para quiénes. Esta es siempre una opción conciente, individual y colectiva, y para lograrla o mantenerla hay que construirla cotidianamente desde abajo. Supone, a la vez, ir transformando la democracia en la medida que se sea capaz de profundizarla (abrirla a la participación de la ciudadanía), y construir otras modalidades o rescatar democracias preexistentes en los pueblos (por ejemplo, los pueblos originarios y su practicas comunitarias). Esto irá conformando las bases para una nueva legalidad y jurisprudencia (y viceversa), respaldo y sostén de los procesos socio-transformadores colectivos, constructores también en lo político de una nueva cultura de poder basada en la participación colectiva creciente en el proceso de toma de decisiones y en la ejecución de las resoluciones y el control de los resultados y la gestión gubernamental toda. En esto, como en las demás áreas y ámbitos, es vital el empoderamiento creciente y liberador de los pueblos.
Por todo ello resulta fundamental que la participación electoral se discuta, construya y desarrolle respondiendo (articulada) a un proceso político mayor traccionado por una amplia fuerza social extraparlamentaria capaz de pensar, organizar e impulsar el proceso hacia transformaciones mayores, buscando ir más allá del capitalismo, conformando una alternativa local (nacional) y –a la vez- continental, de liberación de los trabajadores y el pueblo, orientada hacia lo que en un futuro podrá llegar a ser un socialismo nuevo, creado y construido –desde abajo y día a día- colectivamente.
El desafío político neurálgico para la transformación de la sociedad desde abajo hacia la superación del capitalismo, radica en construir un amplio movimiento sociopolítico articulador de las fuerzas parlamentarias y extraparlamentarias de los trabajadores y el pueblo, en oposición y disputa con las fuerzas de dominación parlamentaria y extraparlamentaria del capital (local-global), y todo ello demanda una profunda transformación ideológica, política y cultural.
IR MÁS ALLÁ DEL CAPITALISMO, SUPONE UNA LARGA TRANSICIÓN.
Si se acepta que el replanteo profundo del tipo de sociedad que se quiere construir implica, por un lado, la construcción del actor colectivo del cambio social y la disputa/construcción de poder y hegemonía propios que se desarrolla hoy a través de los procesos democrático-parlamentarios, si se acepta, por otro lado, que esto implica a la vez, una radical modificación de la concepción del desarrollo económico y del bienestar social, repensados y diseñados sobre bases solidarias, equitativas y sustentables, y -simultáneamente articulado a lo anterior-, una radical modificación del modelo político, social y cultural hasta ahora conocido por la humanidad, junto a la creación de nuevos parámetros de bienestar y progreso basados en la participación democrática 13 organizada y consciente de las mayorías, se coincidirá entonces en que la búsqueda de nuevos paradigmas –fortalecida por los nuevos caminos y horizontes políticos que existen hoy en el continente-, reclama repensar la transición hacia la nueva sociedad desde nuevas bases y premisas: las de la construcción del poder, los sujetos y el proyecto alternativo desde abajo, desde el presente y desde el interior del capitalismo, desarrollando la participación democrática integral de la ciudadanía en todos los ámbitos de la vida social y capacitándolos para ello, impulsando la transformación cultural de los pueblos hacia su (auto)constitución en actor político colectivo, sujeto revolucionario.
La superación del capitalismo requiere –si de terminar con sus males se trata-, de la superación de la lógica del funcionamiento del capital. Esto hace que la transformación social suponga una larga transición. Esta nace en las entrañas del capitalismo, pero no ocurrirá espontáneamente, ni por la maduración “necesaria” de condiciones, ni como consecuencia “natural” de las cada vez más profundas crisis cíclicas del capital; su desenlace, avance y radicalización, requieren de la acción política consciente, organizada y articulada a una orientación estratégica socialista.
Esta transición tiene entre sus tareas centrales la construcción de poder político-cultural popular desde abajo, simultáneamente llave y camino para la construcción del actor colectivo, la fuerza social revolucionaria del cambio y su organización política, impulsado por la participación democrática de los pueblos, y cohesionado inicialmente mediante definiciones programáticas estratégicas que orienten y contribuyan a hacer confluir y enlazar los procesos de lucha y transformación que nacen en los ámbitos comunitarios locales con los que tienen lugar en otras dimensiones y ámbitos.
Se trata de ir definiendo colectivamente un proyecto alternativo capaz de imprimirle una direccionalidad común a la diversidad de procesos de resistencias, luchas y construcciones de vías de sobrevivencia sectoriales que se desarrollan aparentemente aislados entre sí. De conjunto, esto alimenta el proceso de [auto]constitución de los actores sociopolíticos en actor colectivo del cambio (sujeto histórico), constructor de su hegemonía (su poder político, cultural y social) sobre nuevas bases, es decir, encarnando a la sociedad superadora del capitalismo y de su lógica de funcionamiento, en la medida que se la va construyendo en las prácticas alternativas del presente. En este empeño, el desarrollo de la participación democrática y consciente de todos y cada uno de los actores y actoras sociales y políticos, y el desarrollo de la batalla cultural que la haga posible y verdadera, es decir, desalienante, resulta elemento definitorio vital.
Vale recordar que los cambios sociales no son resultados de los cambios en la economía, en las relaciones de propiedad, las estructuras, las leyes y las instituciones; son inherentes a la actividad socio-transformadora integral de los sujetos. Por tanto, toda revolución social radical (desde abajo) tiene como centro y punto de partida a los seres humanos concretos que integran una sociedad concreta en un momento histórico determinado; de ahí que sea imprescindible enfocar el proceso socio-transformador en su integralidad y profundidad multidimensional e intercultural. Esta complejidad del proceso es parte sustantiva, característica de las revoluciones desde abajo, creadas y protagonizadas por los pueblos. Tales son las revoluciones sociales del siglo XXI.
Centro Independiente de Informacion Nacional
martes, 7 de abril de 2009
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